Dolores Garnica

Matrimonio con mortaja no trata sobre el suave, exacto y delicado manejo que ha hecho con la gráfica Rosalba Espinosa. Tampoco sobre un triste pasaje en la historia personal de la artista. No es un reflejo de las escalofriantes estadísticas de violencia de género en México y en el mundo, ni el desarrollo de un recuerdo al punto poético, expresivo. Esta serie de trabajos, fechados en 2015, no son metáforas, anécdotas, gritos, explicaciones, interpretaciones, denuncias, espasmos ni lágrimas.

En esta exposición, la artista nayarita –sorprendiéndonos, como suele hacerlo con cada una de sus series– intenta desentrañar algunos signos mediante su propia sintaxis, semántica y pragmática: “Cuando se produce una emoción, nos molesta porque no se ubica en el mapa de sentido del que disponemos. Para librarnos del malestar que nos causa este extrañamiento, nos vemos forzados a descifrar la sensación desconocida hasta transformarla en un signo. Ahora bien, el desciframiento que este signo exige no tiene nada que ver con explicar o interpretar, sino con inventar un sentido que lo haga visible. El trabajo del artista consiste exactamente en este desciframiento”, explica la crítica de arte Suely Rolnik. Es entonces tarea de un artista desplegar nuestras sensaciones ocultas hasta forzarnos a sentirlas de nuevo, a no ignorarlas ni esquivarlas, y Rosalba Espinosa lo consigue al sumergirnos, hoy, a través de una nueva mirada, en el interior de una narrativa personal, una imagen, una vida que, durante su contemplación, es también la nuestra, la de todos nosotros.

Mediante estos 27 ejercicios, la artista nos reta a descifrar, distender y constatar, con o sin malestar, la tristeza, el abandono, el maltrato, la humillación, el dolor, la indignación, el rencor y la vergüenza, pero también el amor, la satisfacción, el orgullo, la esperanza, la suficiencia, la compasión y la tranquilidad, mediante los signos propuestos, los materiales que los forman, de su expresión y de sus alcances. Esta obra gráfica hace emerger emociones que esquivamos, intenta que experimentemos nuestros propios arrebatos, y nos muestra, como suele hacerlo en cada exposición, a una nueva Rosalba Espinosa.


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