Mírame
Pintura no es pintura. Pintura es arte y el arte es una idea. Un asunto mental. Resulta cuando se contempla, cuando se vibra se entiende se comprende y se pregunta. Rosalba Espinosa es una artista visual contemporánea. Su pintura es una reflexión surgida de un impulso imparable que resulta impulso imparable en quien observa su obra, allí reside su esplendor. Conmueve, consuela, alivia, zarandea, destruye y construye algo en quienes la miran porque su obra es ella. Rosalba es el lienzo, la pintura, el pincel, la espátula y la artista que no se cansa y que pinta y pinta y pinta sin parar porque ese es el lenguaje que la describe. Rosalba Espinosa es pintura que descubre el asombro de la mirada de un niño, su tristeza arrolladora, su destrucción e incluso su renacer como una mujer nueva. Regresa la inocencia a quienes la perdieron desde su trazo y en quienes observamos su obra. Su pintura no sólo es una imagen, también es una letra, una cifra, un periódico, desnuda a la pintura incluso de sus materiales más clásicos. Se rebela.
Rosalba es la artista que nos enfrenta a la maldad extraordinaria de una mirada de estatus religioso, quien da la cara y nos vulnera frente a una serie de curas culpables de tan iconográficos. Funda una situación personalísima de un algo que nos parecía ajeno: la pedofilia es un tema que duele más frente a lo creado y que resulta conmovedor: ante el arte no hay nada qué hacer. Rosalba Espinosa nos cuenta miles de historias en pintura, instalación y video para que contemos nosotros nuestra propia historia: es un lazo que nos unirá a ella desde lo más profundo. En ella nos reconocemos.
Y es que frente al espejo no hay otra opción. Rosalba Espinosa crea el reflejo donde para verse se requiere algo de esa extraña fuerza interna resistente a la llegada o la huída de uno mismo. Esta obra visual es también un espejo donde se comparte el hallazgo: somos niños violados pero también violadores. Lo somos porque todo lo que compone nuestra identidad es también la historia de los otros. Por el día que no hablamos cuando vimos, el instante en que no nos importó, incluso la mañana en que pasamos la página del periódico para no enterarnos de las malas noticias, cuando dijimos “Hay menores deseándolo, incluso si te descuidas te provocan”, cuando nos dejamos vencer; cada palabra lastimosa que permitimos nos une. Somos niños violados y violadores aunque suene duro y aunque duela.
Así este espejo donde hay que contemplarse cerrando los puños. Cada día uno de nosotros desparece en Jalisco. Cada día quince de nosotros sufrimos maltrato. Cada día lloramos sin cesar abrazados a un juguete. Cada día algo nos sangra. Cada día nos rompen el alma. Rosalba Espinosa une nuestra esencia en el otro. Ella interviene sus lienzos para encontrar esas venas, esas grietas que resultan de nuestro lamento y de nuestro grito para después consolarnos en cada trazo en cada idea en cada color y en cada pincelada. En blanco, azul y amarillo sobre fondo oscuro.
Este alivio para el cuerpo desgastado de tan pequeño, para la inmensidad de la fractura en el espíritu de cualquiera a quien le han robado la inocencia. Cuadro a cuadro y hora tras hora Rosalba resulta bálsamo para ese vacío que se expande con los años, esa ansiedad que carcome y destruye cualquier indicio de humanidad. Ese crimen que se esconde en una caricia. Ese golpe fatídico tan suave como doloroso, lastimero y violento. La pintura de Rosalba es desahogo duro, pesado, solidario y exquisito. Es un golpe y un abrazo. Es verse en el otro.