La suma de los caídos
México, 2012. La nota roja ha pasado a ser la crónica más precisa de la vida nacional. Una vida, un lenguaje, envilecidos por la aparición, no por reiterada menos irritante, de encobijados, ejecutados, encajuelados, decapitados, levantados, sicarios, comandos, cárteles. Reinan las balas en las charlas y en cada una de las plazas de la República. A veces literalmente, otras en pesadillas. La violencia, simbólica o sanguinariamente real, se enseñorea en las calles, las cabezas, la mirada.
Nuestra virulencia ha tratado de ser expresada cotidianamente en términos de cifras. Se habla de los caídos, los detenidos, las víctimas, de mil en fondo. Como si se recontaran naranjas o elotes. Cincuenta mil muertos: tres palabras. Un cinco seguido por cuatro ceros: 50 000. Pero, también, cincuenta mil vidas colisionadas con tantas otras: la de quien dispara, la de quien lo observa, la de quien espera a los que no van a regresar.
La “Aritmética del dolor”, de Rosalba Espinoza, serie de pinturas y dibujos ambientados por una pieza sonora, merodea por los entresijos de este escenario devastado que llamamos, todavía, México. A golpes de pincel, carbón y manos que evocan al Orozco más descarnado e irónico, pero también con la sutileza de la compasión, la serie toda está permeada por la urgencia. Porque cómo puede ahora mismo no pensarse o pintarse sobre algo que no sean los muertos nuestros.
A través de los emblemas de esa violencia, los ojos y bocas de quienes la cometen y quienes la sufren, las armas, los sudarios, la sangre, esta “Aritmética del dolor” propone un recuento al revés: vuelve a dar rostro y corporeidad a las cifras; devuelve al primer plano las estampas del dolor individual; recuerda, tal como la pieza sonora que la acompaña, que para llegar a cincuenta mil hay que contar desde el uno, número por número, vida por vida, y desagregarlas del bloque en el que se han perdido.