Ángeles y demonios
Descarnada. Así es la pintura, así es el arte. Una mirada sin concesiones hacia un mundo en donde la piedad y la perversión se confunden y se encarnan en deseos y oraciones que invocan la inocencia.
La niñez es inocencia. Es abordar el mundo con avidez, sin recelos ni temores. Es crecer en el juego sin ver el peligro o las prohibiciones. Es confiar en la sabiduría del adulto, a partir de la cual se adopta sin duda ni crítica, la religión de los padres.
Los niños son entregados a los curas para asegurarles una sólida formación espiritual. Dejad que los niños se acerquen a ellos. No para que los toquen o manoseen, sino para formarlos en la fe.
Y los niños se acercan, como mansos corderos. Buscan la fe en la religión que aman sus padres. La obediencia es un principio de unidad familiar. El amor a la madre y al padre alimentan el goce espiritual de la inocencia que se encamina a su propia muerte.
Ahí están los asesinos insensibles. Así nos los muestra Rosalba. Con sus caras de amor y piedad. Su gran máscara con que engañan al mundo. Modernos demonios adueñados de la iglesia que ofrece la salvación eterna.
El pincel de Rosalba no denuncia. Se concreta a describir desde una estética desprovista de crueldad, la crueldad del mundo que rodea a los niños, a la religión y a las familias de los niños mutilados, ultrajados, engañados, violados, traicionados, asesinados en su inocencia.
Los ángeles están destrozados mientras los demonios hacen cuentas con empresarios y gobernadores. Porque la infamia, la crueldad no solo les deja un efímero goce como alimento de su perversión. También hacen negocio. Un negocio que crece, se extiende como hidra dejando a su paso esos juguetes rotos rescatados por el pincel de Rosalba al lado de un niño que acaba de conocer la tristeza en carne propia.
El arte es así. No capta la realidad, la experimenta. No denuncia, transforma en estética el perverso abrevadero de una realidad que parece ajena al ser humano.
Volteemos la cara. No dejemos que nuestros ojos vean estas pinturas que parecen inocentes e inofensivas en donde los niños y sus juguetes destrozados van de la mano con la piedad de los hombres de iglesia.
Rosalba, qué forma más sutil de mostrar la virtud de los ángeles y la perversión de los demonios.