La luz perdida
Jean Paul Sartre dijo que “la literatura está hecha para que la protesta humana sobreviva al naufragio de los destinos individuales”. En el territorio de la plástica, Rosalba Espinosa, hace de esta frase una consigna fundamental: el arte debe servir para romper el silencio de las memorias individuales y aisladas. Con un trazo certero y sin concesiones, Rosalba, nos introduce en su serie Pérdida de la luz, a un mundo que apenas vislumbramos y que ha permanecido demasiado tiempo en la penumbra de lo innombrable, lo incómodo, lo obturado por el poder: la pederastia.
Niñas y niños nos contemplan desde los lienzos tejidos a pinceladas por la artista; nos confrontan sin retóricas ni artilugios políticos. Sus cuerpos ultrajados y sus rostros están ahí como testimonios de nuestra propia impotencia, acechados por los monstruos que les arrebatan la luz, travestidos de profetas y guías espirituales. Rotos y fracturados, siguen siendo niños que nos interrogan por la luz perdida.
No hay en esta serie plástica ninguna imagen o signo estridente, efectista; por el contrario, la artista logra hacer de la metáfora visual un poderoso lenguaje que no permite la huida, ni el sarcasmo, ni la indiferencia: sus pequeños y sus reversos (los monstruos) son reinterpretados con la fuerza sutil que el tema amerita: no hay manera de permanecer indiferentes al pincel de Rosalba. Ella nos introduce al mundo fracturado y silenciado de las víctimas sin romper nunca el frágil equilibrio entre el respeto, la indignación y el golpe brutal a la conciencia.
En una extraordinaria composición de elementos estructurales y sociales, la pintora nos ofrece en esta serie la posibilidad de entender las relaciones entre los mundos íntimos, privados, cotidianos con los discursos públicos y mediáticos que congelan el drama o lo convierten en frías estadísticas, lejanas y asépticas. Rosalba restituye rostro y cuerpo y al hacerlo, nos obliga a confrontar el síntoma.
Pérdida de la luz, es un viaje duro y necesario al corazón de la oscuridad y del silencio. Contemplar sus piezas y apropiárselas es un tributo mínimo a lo mucho que debemos a los niños y niñas que sin dejar de serlo, no lo son más.